Paisajes fractales

Sunday, October 29, 2006

Dia de Muertos


Era la hora conveniente, propicia a desatar ventolinas. La primera arrancó más temprano que de costumbre y fue a parar donde Jacinta.
Pero Manuela, y sus pespuntes negros, la sintieron antes.
-Comadre, hay pésame en el aire.
-Ajá, huele a muerta.
-¿Cómo lo sabe?
-Porque apesta.
-Me refiero a cómo distingue entre difunto o difunta.
-No sea inocente. Sólo ella pudo abrirse paso tan aprisa. Era la primera en saltar en, entre, hasta, para y por narices y bocas de la gente. ¿No se acuerda?
-Ay, la pobre, y sin un quinto.
Las dos encaminaron sus juanetes hacia el velorio a pasito de buitre en ayunas.



Tres ojos de lágrimas prontas dieron con los deudos, pasaron por encima del cajón y casi atropellaron al viudo. El ojo faltante, el tuerto de Jacinta, se quedó sin enterarse de nada.
-Pues comadrita – inició Manuela con pesadumbre -, ella está más cerca de los santos que usted y yo. Puede rascarles el ombligo y corvas mientras nosotras le cuidamos el encargo: Cipriano. Él ignora la dicha que le espera. Ella, la finada, se sueña entre beatas.
-Por supuesto –agregó Jacinta guiñando el sano-. Cada quien recibe lo que se merece –y se restregó el de vidrio-. Aunque sea viudo por abuso de tragos y encogido de carne por desuso….podremos entretener su soledad. Debe saber que, en otros tiempos, gustaba de arrimarme una mano, luego l’otra y, al inflar los carrillos, escupía el chicle antes de parar su bocota alcoholada donde la mia. Y pos… uno no es “palo fierro”, más bien “cera de Campeche”.
-¿Ah si? –dijo Manuela bien arrellanada en su asiento – a mi hasta se me olvida quitarme las chanclas peludas para cumplirle a este cuerpo de prisas y apuros.
-No le vaya a pasar lo que a Santa Ana.
-¡Dios me libre de arrullar cunas!



-Oiga Manuela, acérquese tantito. Si no entiendo de susurros, menos le diviso la cara en esta quemazón de velas.
El humo hizo toser a Jacinta. Irritó al ojo sano y enfermó al de la canica, que se perdió del todo.
-Ay Jacinta. Déjeme ir por otro d’este café. Velorios así, no se repiten a menudo, ni con iguales muestras de dolor profundo.
Y se abrió paso entre la parentela apretujada.
Vieja Manuela estuvo sorbiendo la bebida caliente para que su lengua tuviera ampollas que reventar.
-Mire Jacinta, mire cómo se afana Cipriano acomodando flores donde la muertita alicaída.
Vieja Jacinta se tragó un suspiro para escupirlo adelante.
-Sí comadre, pero él sabe que lo que tiene enfrente se volvió nube de cielo encapotado; nardo marchito ahogado en mugre. ¿Qué le veía a la desdichada? Sépalo de una vez: ella fue muy chiquita para semejante hombre. Le sobraba espacio dentro de la cama. Nunca llenó un vestido, y siempre le faltaron pies en los zapatos.
-Claro –aseguró Manuela-, fue poca cosa y mucho de nada: apenas huesito débil de sombra clara; alma pequeña sin almidonar. Además, eso de no lograr ni un hijo de tan prematuros… ¡Verdá de Dios! -agregó Jacinta santiguándose frente, nariz y pechos.
El viento, que arreciaba en los tejados, se tendió a lo largo de aquella noche endrina y pudo conocer el ancho de las rendijas. La penumbra tuvo un sitio.
Jacinta prosiguió con garganta apagada, pero lengua floja.
-¿Sabe cómo le decían a Martita?
-No.
-Pos “La Libélula”.
-¡Éjele! ¿Y eso por qué?
-Por ser montura a la medida del diablo. Sí, una canija d’este tamañito.
-Ya que lo dice…. Yo me ofrecí a escoger la caja, y ni mandada a hacer le quedó: como todo lo demás, le vino grande –hizo notar Manuela.
-Vámonos –dijo Jacinta-. Le hemos cumplido bastante a una desobligada.
Ambas se empinaron hacia el viudo en estreno, para agradecerle sus finas atenciones y, suponiendo de él muchas otras, le hicieron saber.
-Hasta luego Cipriano. Nomás acuérdese que la tristeza engarruña. Aquí cerquita se despercuden penas.
Salieron a la noche puesta por un sol dormido en las ráfagas del aire.
Una sombra se dirigió a otra.
-Ni el doctor pudo hacer algo con, contra, o a favor de ella.
-¿Cómo dice comadrita?
Pos luego se entiende que a usté ya se le gastó la curiosidá. ¿Qué no se asomó al cajón?
-No, me agarran temblorinas.
-Hubiera visto lo que de Martita quedó: una muela cariada –y estrujó el rosario para prevenirse de algún contagio.
-¿Cómo dice?
-Ay mujer, algo sin juicio ni beneficio: una muelota picada y encogida –dijo Jacinta cerrando los párpados del bueno para que el malo también se quedara sin saber.
-Ya decía yo –retomó Manuela-, que allá adentro había mucha cera ardiendo para tan poca difunta.

*****
Es curioso, cuando no tenía muertos ponía mis altares en México, y ahora que los tengo, no tengo lo necesario para ponerlos.
Es una de las tradiciones menos entendidas por los foráneos, pero creo que es la única que de verdad extraño.
A continuación les dejo una lista de lo necesario para poner un altar en condiciones:

Cada uno de los siguiente elementos encierra su propia historia, tradición, poesía y, más que nada, misticismo.

El agua. La fuente de la vida, se ofrece a las ánimas para que mitiguen su sed después de su largo recorrido y para que fortalezcan su regreso. En algunas culturas simboliza la pureza del alma.
La sal. El elemento de purificación, sirve para que el cuerpo no se corrompa, en su viaje de ida y vuelta para el siguiente año.
Velas y veladoras. Los antiguos mexicanos utilizaban rajas de ocote. En la actualidad se usa el cirio en sus diferentes formas: velas, veladoras o ceras. La flama que producen significa "la luz", la fe, la esperanza. Es guía, con su flama titilante para que las ánimas puedan llegar a sus antiguos lugares y alumbrar el regreso a su morada. En varias comunidades indígenas cada vela representa un difunto, es decir, el número de veladoras que tendrá el altar dependerá de las almas que quiera recibir la familia. Si los cirios o los candeleros son morados, es señal de duelo; y si se ponen cuatro de éstos en cruz, representan los cuatro puntos cardinales, de manera que el ánima pueda orientarse hasta encontrar su camino y su casa.
Copal e incienso. El copal era ofrecido por los indígenas a sus dioses ya que el incienso aún no se conocía, este llegó con los españoles. Es el elemento que sublima la oración o alabanza. Fragancia de reverencia. Se utiliza para limpiar al lugar de los malos espíritus y así el alma pueda entrar a su casa sin ningún peligro.
Las flores. Son símbolo de la festividad por sus colores y estelas aromáticas. Adornan y aromatizan el lugar durante la estancia del ánima, la cual al marcharse se irá contenta, el alhelí y la nube no pueden faltar pues su color significa pureza y ternura, y acompañan a las ánimas de los niños.
En muchos lugares del país se acostumbra poner caminos de pétalos que sirven para guiar al difunto del campo santo a la ofrenda y viceversa. La flor amarilla del cempasuchil (Zempoalxóchitl) deshojada, es el camino del color y olor que trazan las rutas a las ánimas.
Los indígenas creían que la cempasúchil era una planta curativa, pero ahora solo sirve para adornar los altares y las tumbas de los difuntos. Por esta razón se dice que a lo largo del tiempo la flor fue perdiendo sus poderes curativos. Flor de cempasúchil significa en náhuatl "veinte flor"; efeméride de la muerte.
El petate. Entre los múltiples usos del petate se encuentra el de cama, mesa o mortaja. En este particular día funciona para que las ánimas descansen así como de mantel para colocar los alimentos de la ofrenda.
El izcuintle. Lo que no debe faltar en los altares para niños es el perrito izcuintle en juguete, para que las ánimas de los pequeños se sientan contentas al llegar al banquete. El perrito izcuintle, es el que ayuda a las almas a cruzar el caudaloso río Chiconauhuapan, que es el último paso para llegar al Mictlán.
El pan. El ofrecimiento fraternal es el pan. La iglesia lo presenta como el "Cuerpo de Cristo". Elaborado de diferentes formas, el pan es uno de los elementos más preciados en el altar.
El gollete y las cañas se relacionan con el tzompantli. Los golletes son panes en forma de rueda y se colocan en las ofrendas sostenidos por trozos de caña. Los panes simbolizan los cráneos de los enemigos vencidos y las cañas las varas donde se ensartaban.
Otros objetos para rememorar y ofrendar a los fieles difuntos
El retrato del recordado sugiere el ánima que nos visitará, pero este debe quedar escondido, de manera que solo pueda verse con un espejo, para dar a entender que al ser querido se le puede ver pero ya no existe.
La imagen de las Ánimas del Purgatorio, para obtener la libertad del alma del difunto, por si acaso se encontrara en ese lugar, para ayudarlo a salir, también puede servir una cruz pequeña hecha con ceniza.
Pueden colocarse otras imágenes de santos, para que sirva como medio de interelación entre muertos y vivos, ya que en el altar son sinónimo de las buenas relaciones sociales. Además, simbolizan la paz en el hogar y la firme aceptación de compartir los alimentos, como las manzanas, que representa la sangre, y la amabilidad a través de la calabaza en dulce de tacha.
El mole con pollo, gallina o guajolote, es el platillo favorito que ponen en el altar muchos indígenas de todo el país, aunque también le agregan barbacoa con todo y consomé. Estos platillos son esa estela de aromas, el banquete de la cocina en honor de los seres recordados. La buena comida tiene por objeto deleitar al ánima que nos visita.
Se puede incluir el chocolate de agua. La tradición prehispánica dice que los invitados tomaban chocolate preparado con el agua que usaba el difunto para bañarse, de manera que los visitantes se impregnaban de la esencia del difunto.
Las calaveras de azúcar medianas son alusión a la muerte siempre presente. Las calaveras chicas son dedicadas a la Santísima Trinidad y la grande al Padre Eterno.
También se puede colocar un aguamanil, jabón y toalla por si el ánima necesita lavarse las manos después del largo viaje.
El licor es para que recuerde los grandes acontecimientos agradables durante su vida y se decida a visitarnos.
Una cruz grande de ceniza, sirve para que al llegar el ánima hasta el altar pueda expiar sus culpas pendientes.
El altar puede ser adornado con papel picado, con telas de seda y satín donde descansan también figuras de barro, incensario o ropa limpia para recibir a las ánimas.
La ofrenda, en sí, es un tipo de escenografía donde participan nuestros muertos que llegan a beber, comer, descansar y convivir con sus deudos.

Así que, desde aquí, un altar para mis muertos.

*Recomiendo la lectura de La Muerte y otras Sorpresas, de Mario Benedetti
-Ganas de embromar es genial.

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